QUE LA AP-7 quede libre de peajes en 2020 es una buena noticia, pero seamos escépticos. De entrada, un compromiso político a seis años vista es humo. Para entonces habrá otro ministro que no estará obligado por los anuncios de sus predecesores. El precedente es que gobiernos de UCD, PSOE y PP han prolongado la concesión, incluso años antes de que hubiera concluido, sin distinción de ideologías, y los cambios legales permiten aumentarla otra vez desde los 50 años actuales hasta los 75.
Que el secretario de infraestructuras, Manuel Niño, anticipe la liberalización responde más a un intento de apaciguar las protestas por la paralización de los desdoblamientos y variantes de la N-340 y la N-332, que son la única alternativa al peaje. En realidad son dos vías calificadas pomposamente como nacionales, pero que no llegan ni a carretera comarcal. Son una vergüenza porque en 90 kilómetros atraviesan once poblaciones y acumulan 44 puntos de concentración de accidentes, en los que mueren decenas de personas. En los dos últimos meses, solo en el tramo Castellón- Oropesa, han fallecido seis. No sirve de nada la cólera ciudadana, ni los rechazos al peaje en las Cortes Valencianas. Todos los gobiernos lo han desoído. Mientras, se paralizaban las obras en las nacionales, probablemente por presiones para no detraer circulación a la AP-7. Niño vino a pedir paciencia, no a corregir las inversiones, pero si en 2020 se prorrogara la concesión, seguiríamos igual, eligiendo entre pagar o circular por peligrosas carreteras tercermundistas. De momento solo promete mejorar los accesos a la AP-7, a mayor beneficio de la concesionaria. Y más accidentes.
Tampoco infunde confianza que en los mercados financieros se dé como seguro que la escasa rentabilidad de las últimas autopistas de peaje -por ejemplo, las radiales de Madrid- se compensará ampliando la concesión de las lucrativas, como la valenciana. Salvo que los ciudadanos eleven sus protestas al punto de que a cualquier gobierno no le resulte aconsejable aceptar las presiones de la concesionaria. Mientras tanto, temamos lo peor dada nuestra clase política.
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