Las chalupas van a la deriva, a expensas del temporal. Son motas de polvo en la inmensa alfombra del océano. El vendaval puede llevarlas a las rocas o a buen puerto. Depende de cómo sople el viento. Los trasatlánticos, en cambio, tienen un seguro de vida. Si se les agota el combustible, ya vendrá papá Estado con un bombeo extra. Es lo que sucede en esta larga ciclogénesis económica.
Los rescates, para el que los valga, para los gigantes que amenazan con caerse encima del sistema aplastando hormigas, como si fueran secuoyas milenarias con más derecho a vivir que las briznas de hierba. La maquinaria está engrasada para que funcione así.
Ahora el Gobierno ofrece rescatar autopistas en quiebra con una quita del 50 % de la deuda. La conclusión es que ese negocio no tiene fisuras. Si las autopistas son rentables es porque usted ya las está pagando convenientemente en el peaje. Y si se asfixian por las pérdidas ya las rescatará el Ejecutivo de turno. Paradojas del supuesto libre mercado.
Además, queda pendiente el tema de los sobrecostes de la construcción, nuestros pequeños canales de Panamá de asfalto. Puestos a elegir, todavía es más doloroso acabar lanzando salvavidas públicos a hospitales privados, los mismos que fueron montados así a mayor gloria de una mejor gestión de los recursos. Los británicos saben mucho de ese modelo y sus consecuencias.
En este castillo de naipes parece que no se pueden tocar los oros y las copas bajo amenaza de derrumbe. Pero las grandes ballenas y tiburones deberían pensar qué sucederá si empieza a agotarse ese conjunto de organismos microscópicos que son la base de su cadena trófica. Llámese plancton. O atribulados ciudadanos.
La Voz de Galicia.es 26/03/2014
La Voz de Galicia.es 26/03/2014
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