Aunque el colapso en las áreas de peaje de la autopista del Atlántico se produce en días de ocio para ciudadanos y visitantes («En el buen camino»), los efectos más dañinos de las condiciones de peaje entre A Coruña, Compostela y Vigo se manifiestan el resto de los días del año.
Porque las colas y atascos kilométricos en fines de semana y festivos se solucionarían, en mi humilde opinión, si las autoridades de Tráfico garantizaran efectivamente que se puede circular fluidamente removiendo los obstáculos que sean necesarios, incluida la suspensión temporal del cobro si esa es la causa de la retención masiva del tráfico.
Pero, esto solucionado, lo peor es que entre esas tres ciudades -que conforman la espina dorsal del país- no existe una alternativa de circulación separada en dos direcciones; y que, en ausencia de la misma, el tráfico cautivo por la autopista de peaje tiene unos precios a todas luces abusivos. Por ese orden.
La Xunta de Galicia ha tenido todo el tiempo del mundo para, en vez de sembrar autovías y asfalto por medio país, dotar a la ciudad difusa que se extiende por la fachada atlántica gallega entre A Coruña a Vigo de una autovía libre de peaje. Y hacerlo con el apoyo de un Ministerio de Fomento que sin duda puede presumir de haber hecho esto, no sin tiempo, entre A Coruña y Vigo con Madrid.
De existir tal opción, como existe entre A Coruña y Lugo o entre Vigo y Ourense, no me cabe duda que la autopista del Atlántico se pondría las pilas. No fuese a ser que tuviésemos que pasarla al patrimonio público de nuevo, entonces sí, por entrar en pérdidas a pesar de haber rebajado a la mitad sus actuales peajes.
Mientras tanto estas cosas no se hacen, lo peor no es perder unas horas preciosas de ocio veraniego en un atasco, lo peor es que muchos cálculos para la movilidad de trabajadores, para el tránsito de mercancías y para la rentabilidad de actividades se ven absurdamente convertidos en inviables por la navajada que los concesionarios de un pasillo inevitable del país dan en los bolsillos de todos sus usuarios.
Porque las colas y atascos kilométricos en fines de semana y festivos se solucionarían, en mi humilde opinión, si las autoridades de Tráfico garantizaran efectivamente que se puede circular fluidamente removiendo los obstáculos que sean necesarios, incluida la suspensión temporal del cobro si esa es la causa de la retención masiva del tráfico.
Pero, esto solucionado, lo peor es que entre esas tres ciudades -que conforman la espina dorsal del país- no existe una alternativa de circulación separada en dos direcciones; y que, en ausencia de la misma, el tráfico cautivo por la autopista de peaje tiene unos precios a todas luces abusivos. Por ese orden.
La Xunta de Galicia ha tenido todo el tiempo del mundo para, en vez de sembrar autovías y asfalto por medio país, dotar a la ciudad difusa que se extiende por la fachada atlántica gallega entre A Coruña a Vigo de una autovía libre de peaje. Y hacerlo con el apoyo de un Ministerio de Fomento que sin duda puede presumir de haber hecho esto, no sin tiempo, entre A Coruña y Vigo con Madrid.
De existir tal opción, como existe entre A Coruña y Lugo o entre Vigo y Ourense, no me cabe duda que la autopista del Atlántico se pondría las pilas. No fuese a ser que tuviésemos que pasarla al patrimonio público de nuevo, entonces sí, por entrar en pérdidas a pesar de haber rebajado a la mitad sus actuales peajes.
Mientras tanto estas cosas no se hacen, lo peor no es perder unas horas preciosas de ocio veraniego en un atasco, lo peor es que muchos cálculos para la movilidad de trabajadores, para el tránsito de mercancías y para la rentabilidad de actividades se ven absurdamente convertidos en inviables por la navajada que los concesionarios de un pasillo inevitable del país dan en los bolsillos de todos sus usuarios.
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