Se han inventado toda clase de artilugios, cada vez más veloces, que
permiten acercarnos en poco tiempo al punto opuesto del planeta. Ha
llenado sus dominios de carreteras, de vías, de rutas aéreas e incluso
de autopistas marítimas; pero también, de coches, de aviones, de
barcos,…; y por tanto, de congestión, de contaminación, de basura, de
emisiones nocivas, y un largo etcétera.
¿Y ahora?. Todos los caminos están saturados y los atascos a todos
nos cuentan dinero, y sobre todo, nos cuestan tiempo. Y después de esta
vorágine del último siglo de tecnología, velocidad y dinero, el ser
humano se ha dado cuenta que lo que más vale es su tiempo y lo valora
cada vez más. Pero también se ha dado cuenta que a costa de ese ahorro
de tiempo, ha sacrificado su entorno y que éste, es cada vez más pobre y
con menos futuro.
Ya a finales del siglo XX el ser humano, por fin, se da cuenta que a
pesar de su necesidad de tiempo, también necesita calidad de vida; y se
plantea que debe establecer un equilibrio entre ambas. Las cosas están
difíciles, pero es obligado rectificar. ¿Y cómo?, con SOSTENIBILIDAD;
que no es ni más ni menos, a mi modo de ver, que la búsqueda racional
del equilibrio entre la tecnología y el desarrollo, y el entorno. Que
ambos no son opuestos, si no que deben apoyarse el uno en el otro sin
suponer la desaparición de uno de ellos.
Hay que partir desde abajo, desde el propio ciudadano y desde donde
ha ido perdiendo el contacto con el entorno: la ciudad. El modelo
sostenible supone devolver la ciudad al ciudadano para que la viva y la
comparta, y no acabe engullido por la urbe que ha creado: ahora en un
intento de mejorarla se peatonalizan calles, aparecen espacios verdes
por doquier, se construyen plataformas reservadas para transportes no
contaminantes, se premia a quien menos contamina y a quien más recicla,
se limita el tráfico, se imponen peajes y tasas, etc. Ahora todo su
ingenio se dirige en pos de cualquier método que evite seguir devorando
el planeta.
Coincidiendo con las teorías que David Banister mantiene en su
artículo, nuestra forma de “viajar” necesita un cambio radical.
Teorías, que por otra parte, no deben quedarse en papel o en la
intención de un gobierno, sino que es obligado que parta de la concienciación del propio ciudadano;
que no se debe prohibir el uso del coche, sino que seamos nosotros
quien decidamos usarlo eficazmente, con total libertad y conociendo
plenamente el perjuicio o beneficio que ello nos aporta.
Parece muy plausible que los gobiernos inviertan en grandes campañas
publicitarias para conseguir un día sin coche o todo un día en
bicicleta, o que se gaste el presupuesto en nuevos tranvías y metros que
lleven cada vez más población a sus lugares de trabajo o de ocio. Pero
todas esas buenas intenciones deberán ir siempre dirigidas a su vez, a
hacer que estemos informados de las opciones que tenemos, que sepamos
que beneficios obtenemos si nos sometemos a un cambio de comportamiento;
pero sobre todo, que aceptemos que esto es trabajo de todos, aunque
asumir una actitud responsable suponga un cambio radical de nuestra
forma de vida.
Pero creo que no valen recetas, ni siquiera modelos que se hayan
implantado en otras ciudades o países con éxito, cada ciudad merece
tener su plan de sostenibilidad en el transporte, adaptada a ella y a la
idiosincrasia de la gente que vive en ella. Y es necesario que los
políticos tomen la iniciativa si, pero que nosotros apoyemos las ideas, y
sobre todo, nos las “creamos”, las fomentemos y las practiquemos.
Evidentemente, si cada uno de nosotros no lo hacemos, con toda
seguridad nadie vendrá a hacerlo. No es construir el transporte del
siglo XXI, es construir la sociedad de hoy, del año 2011 ó 2012. Aunque a
veces nos suponga “tirar de talonario”….
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