viernes, 12 de octubre de 2012

El paradigma de la movilidad sostenible

Se han inventado toda clase de artilugios, cada vez más veloces, que permiten acercarnos en poco tiempo al punto opuesto del planeta. Ha llenado sus dominios de carreteras, de vías, de rutas aéreas e incluso de autopistas marítimas; pero también, de coches, de aviones, de barcos,…; y por tanto, de congestión,  de contaminación, de basura, de emisiones nocivas, y un largo etcétera.
¿Y ahora?. Todos los caminos están saturados y los atascos a todos nos cuentan dinero, y sobre todo, nos cuestan tiempo. Y después de esta vorágine del último siglo de tecnología, velocidad y dinero, el ser humano se ha dado cuenta que lo que más vale es su tiempo y lo valora cada vez más. Pero también se ha dado cuenta que a costa de ese ahorro de tiempo,  ha sacrificado su entorno y que éste, es cada vez más pobre y con menos futuro.
Ya a finales del siglo XX el ser humano, por fin, se da cuenta que a pesar de su necesidad de tiempo, también necesita calidad de vida; y se plantea que debe establecer un equilibrio entre ambas. Las cosas están difíciles, pero es obligado rectificar. ¿Y cómo?, con SOSTENIBILIDAD; que no es ni más ni menos, a mi modo de ver, que la búsqueda racional del equilibrio entre la tecnología y el desarrollo, y el entorno. Que ambos no son opuestos, si no que deben apoyarse el uno en el otro sin suponer la desaparición de uno de ellos.
Hay que partir desde abajo, desde el propio ciudadano y desde donde ha ido perdiendo el contacto con el entorno: la ciudad.  El modelo sostenible supone devolver la ciudad al ciudadano para que la viva y la comparta, y no acabe engullido por la urbe que ha creado: ahora en un intento de mejorarla se peatonalizan calles, aparecen espacios verdes por doquier, se construyen plataformas reservadas para transportes no contaminantes, se premia a quien menos contamina y a quien más recicla, se limita el tráfico, se imponen peajes y tasas, etc. Ahora todo su ingenio se dirige en pos de cualquier método que evite seguir devorando el planeta.
Coincidiendo con las teorías que David Banister mantiene en su artículo,  nuestra forma de “viajar” necesita un cambio radical. Teorías, que por otra parte, no deben quedarse en papel o en la intención de un gobierno, sino que es obligado que parta de la concienciación del propio ciudadano; que no se debe prohibir el uso del coche, sino que seamos nosotros quien decidamos usarlo eficazmente, con total libertad y conociendo plenamente el perjuicio o beneficio que ello nos aporta.
Parece muy plausible que los gobiernos inviertan en grandes campañas publicitarias para conseguir un día sin coche o todo un día en bicicleta, o que se gaste el presupuesto en nuevos tranvías y metros que lleven cada vez más población a sus lugares de trabajo o de ocio. Pero todas esas buenas intenciones deberán ir siempre dirigidas a su vez, a hacer que estemos informados de las opciones que tenemos, que sepamos que beneficios obtenemos si nos sometemos a un cambio de comportamiento; pero sobre todo, que aceptemos que esto es trabajo de todos, aunque asumir una actitud responsable suponga un cambio radical de nuestra forma de vida.
Pero creo que no valen recetas, ni siquiera modelos que se hayan implantado en otras ciudades o países con éxito, cada ciudad merece tener su plan de sostenibilidad en el transporte, adaptada a ella y a la idiosincrasia de la gente que vive en ella. Y es necesario que los políticos tomen la iniciativa si, pero que nosotros apoyemos las ideas, y sobre todo, nos las “creamos”, las fomentemos y las practiquemos.
Evidentemente, si cada uno de nosotros no lo hacemos, con toda seguridad nadie vendrá a hacerlo. No es construir el transporte del siglo XXI, es construir la sociedad de hoy, del año 2011 ó 2012. Aunque a veces nos suponga “tirar de talonario”….

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