Quienes no
seáis de Madrid es difícil que os hagáis una idea de en qué estupidez
consisten las “autopistas radiales“. Recordaba El País ayer que Aznar inauguró las radiales afirmando que eran “una de las infraestructuras
más importantes de los últimos años” que mostraban que “ya no somos el
viejo país atrasado que se queja, sino un país moderno y próspero”.
Normalmente las autopistas de peaje corren en paralelo a carreteras
antiguas de un solo carril por sentido y que no cambian en ningún caso
un puerto por un túnel. Es lo que hace que valga la pena parar un minuto
para pagar algo. Las radiales de Madrid en cambio van en paralelo a
autovías gratuitas de dos y en ocasiones tres o cuatro carriles por
sentido que no tienen ningún problema. Uno puede elegir entre hacer un
recorrido gratis y hacer el mismo recorrido pagando. Se supone que por
lo que se paga es por evitar el atasco de la gratis: el atasco para los
pobres. Pero lo cierto es que esos atascos de las viejas operaciones
salida se producen como mucho una o dos tardes al año y nadie garantiza
que en tales ocasiones también esté atascada la autopista de pago. Ir
por una radial básciamente es decidir pagar por algo que tienes gratis. Y
la gente, que es de natural tacaño, elige gratis. Y los señores de las
autopistas (las constructoras) no ingresan.
Son nuestro aeropuerto de Castellón o de Ciudad Real.
Hace un par de días volvió a la luz una noticia que se reitera cada pocos años: entre todos vamos a poner dinero para ayudar a las concesionarias de las radiales, que no hacen el negocio que preveían pese a que la luminaria de las Azores explicó al inaugurarlas que “abrirse a nuevas fuentes de financiación de iniciativa privada no solo aporta fondos, sino que imprime una gestión más eficaz“. Y con esa tacañería nuestra que nos llevó a optar por el gratis total en vez de aprovechar esa eficacísima gestión nos quejamos de que Aznar no nos avisara de que se refería a fuentes de financiación pública para la ruinosa iniciativa privada.
El rescate a las constructoras de las autopistas tiene una virtud que no deberíamos infravalorar: es sumamente pedagógica. Permite de un plumazo comprender exactamente en qué consiste el rescate de los bancos y en qué la condena de las comarcas mineras.
Nos dijeron que había que rescatar a los bancos no por sus accionistas ni sus consejeros sino por esa lastimosa anciana que tiene sus ahorros en una cartilla gracias a que no fue a la oficina bancaria el día en que la iban a convencer de que pusiera esos ahorros en preferentes. Nos dijeron que no rescatar a los bancos sería un desastre para los pequeños ahorradores, esa supuesta clase media que tanto preocupa. ¿Y las constructoras de las autopistas de peaje? ¿Qué excusa tenemos ahora? Si alguien tiene sus ahorros puestos en las autopistas son sólo los accionistas que jugaron a ganar dinero si el negocio iba bien asumiendo que lo perderían si iba mal. En general quien pueda haber perdido dinero serán las grandes fortunas del ladrillo propietarias de las constructoras. La prioridad no era esa vieja con libreta sino las grandes fortunas del país. Si la prioridad fuera la vieja con libreta se podría haber cubierto sus ahorros sin rescatar el conjunto del banco, pero ella era una simple excusa para salvar a esa élite empresarial que nos ha llevado a la ruina dos veces: primero porque aquella iniciativa privada no era tan eficaz y segundo porque su ineficacia la pagamos con financiación pública (eso que llamábamos papá Estado cuando servía para ayudar a la vieja de la libreta). Si se hubieran rescatado los bancos pensando en los pequeños ahorradores ahora se habría dejado desplomar las autopistas porque no hay nada de eso en juego. Era mentira.
No hay dinero para mantener las minas de carbón, dicen. Lo que falta son 200 millones de euros. Cabe pensar que hace falta un nuevo modelo energético pero ese no es el asunto (también se está mandando a la mierda la inversión en energías renovables). Ninguna comarca (salvo acaso alguna calle de La Moraleja) entrará en depresión si se cierran las autopistas radiales. En cambio varias comarcas enteras se hundirán si se cierra la explotación del carbón: la ruptura de los acuerdos se hace sin haber llevado a cabo ningún plan de reconversión de las comarcas, simplemente se desmantela lo que les da vida económica, la mina, se lleva a la miseria a comarcas enteras por 200 millones. Aproximadamente dos tercios de los 290 millones que vamos a poner para que los constructores de las radiales no pierdan dinero.
No todo son desventajas en el rescate de las autopistas. Tiene la virtud de la obscenidad que hace tan evidente en qué consiste lo que nos están haciendo. Es una agresión de clase del 1% (banqueros, constructores) frente al 99%. No hay más: ni pequeños ahorradores, ni modelo energético ni gaitas. Hay que ponerlo todo para rescatar al 1%. Es lucha de clases. Y la van ganando.
Son nuestro aeropuerto de Castellón o de Ciudad Real.
Hace un par de días volvió a la luz una noticia que se reitera cada pocos años: entre todos vamos a poner dinero para ayudar a las concesionarias de las radiales, que no hacen el negocio que preveían pese a que la luminaria de las Azores explicó al inaugurarlas que “abrirse a nuevas fuentes de financiación de iniciativa privada no solo aporta fondos, sino que imprime una gestión más eficaz“. Y con esa tacañería nuestra que nos llevó a optar por el gratis total en vez de aprovechar esa eficacísima gestión nos quejamos de que Aznar no nos avisara de que se refería a fuentes de financiación pública para la ruinosa iniciativa privada.
El rescate a las constructoras de las autopistas tiene una virtud que no deberíamos infravalorar: es sumamente pedagógica. Permite de un plumazo comprender exactamente en qué consiste el rescate de los bancos y en qué la condena de las comarcas mineras.
Nos dijeron que había que rescatar a los bancos no por sus accionistas ni sus consejeros sino por esa lastimosa anciana que tiene sus ahorros en una cartilla gracias a que no fue a la oficina bancaria el día en que la iban a convencer de que pusiera esos ahorros en preferentes. Nos dijeron que no rescatar a los bancos sería un desastre para los pequeños ahorradores, esa supuesta clase media que tanto preocupa. ¿Y las constructoras de las autopistas de peaje? ¿Qué excusa tenemos ahora? Si alguien tiene sus ahorros puestos en las autopistas son sólo los accionistas que jugaron a ganar dinero si el negocio iba bien asumiendo que lo perderían si iba mal. En general quien pueda haber perdido dinero serán las grandes fortunas del ladrillo propietarias de las constructoras. La prioridad no era esa vieja con libreta sino las grandes fortunas del país. Si la prioridad fuera la vieja con libreta se podría haber cubierto sus ahorros sin rescatar el conjunto del banco, pero ella era una simple excusa para salvar a esa élite empresarial que nos ha llevado a la ruina dos veces: primero porque aquella iniciativa privada no era tan eficaz y segundo porque su ineficacia la pagamos con financiación pública (eso que llamábamos papá Estado cuando servía para ayudar a la vieja de la libreta). Si se hubieran rescatado los bancos pensando en los pequeños ahorradores ahora se habría dejado desplomar las autopistas porque no hay nada de eso en juego. Era mentira.
No hay dinero para mantener las minas de carbón, dicen. Lo que falta son 200 millones de euros. Cabe pensar que hace falta un nuevo modelo energético pero ese no es el asunto (también se está mandando a la mierda la inversión en energías renovables). Ninguna comarca (salvo acaso alguna calle de La Moraleja) entrará en depresión si se cierran las autopistas radiales. En cambio varias comarcas enteras se hundirán si se cierra la explotación del carbón: la ruptura de los acuerdos se hace sin haber llevado a cabo ningún plan de reconversión de las comarcas, simplemente se desmantela lo que les da vida económica, la mina, se lleva a la miseria a comarcas enteras por 200 millones. Aproximadamente dos tercios de los 290 millones que vamos a poner para que los constructores de las radiales no pierdan dinero.
No todo son desventajas en el rescate de las autopistas. Tiene la virtud de la obscenidad que hace tan evidente en qué consiste lo que nos están haciendo. Es una agresión de clase del 1% (banqueros, constructores) frente al 99%. No hay más: ni pequeños ahorradores, ni modelo energético ni gaitas. Hay que ponerlo todo para rescatar al 1%. Es lucha de clases. Y la van ganando.
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