Con una notable falta de oportunidad, en las cuentas de nueve
autopistas de peaje, las inauguradas durante los últimos 15 años, se han
detectado unas necesidades de capital, para afrontar los 3.800 millones de euros que tuvieron que adelantar las concesionarias en su
construcción, que no pueden ser cubiertas con los ingresos de
explotación. Esto es lo que se conoce como agujero en el balance.
Técnicamente, ocho autopistas planeadas y ejecutadas durante el mandato
de Francisco Álvarez-Cascos al frente de Fomento están al borde de la
quiebra (una novena ya la ha formalizado). El ministerio anuncia
apresuradamente que se buscan soluciones para evitar el desastre. La
noticia, después de que el Gobierno formalizara ayer ante el Eurogrupo
la petición de rescate para la banca, amplifica la impresión de que la
estructura económica y financiera española está cosida con hilvanes.
Las causas de esta crisis, que afecta a las radiales de peaje de
Madrid y a las autopistas de peaje a Barajas, Ocaña-La Roda y
Alicante-Cartagena-Vera, hay que buscarlas en los sobrecostes de
expropiación necesarios para construirlas (de los 241 millones
presupuestados han pasado a más de 1.900) y a un descenso drástico del
tráfico por las autopistas, que apenas alcanza el 33% del proyectado.
Pero ambas desviaciones no son fenómenos naturales sobre los que la
Administración no tiene responsabilidad. El exceso de costes pudo
haberse previsto (y mitigado) por parte del Gobierno que planeó y aprobó
las autopistas y, de igual manera, las proyecciones de tráfico se
hincharon para hacer cuadrar las cuentas.
Porque la circunvalación de Madrid (la M-50) y las cuatro radiales de
peaje formaban parte de un faraónico proyecto viario para exhibir los
logros del primer Gobierno del PP y de la Comunidad de Madrid. A la
megalomanía le acompañaron torpezas en el diseño, como decidir la
gratuidad de la M-50 mientras las radiales, menos necesarias
objetivamente, se lastraban con un peaje. La suma de torpezas suele ser
costosa y los tímidos intentos del Gobierno de Zapatero en 2010 por
reforzar los balances de las concesionarias mediante créditos
participativos y cuentas de compensación, que ahora continúa el
Ejecutivo de Rajoy, han resultado insuficientes.
La crisis de las autopistas exige pragmatismo. La peor de las
opciones es que el Estado se haga cargo de los 3.800 millones de capital
necesario para cubrir el agujero. Una decisión así empeoraría la
precaria situación de la deuda y cargaría sobre el Tesoro el coste de
las reclamaciones patrimoniales derivadas de la nacionalización. Casi
todas las soluciones razonables incluyen una negociación con la banca
accionista de las concesionarias, imponer peajes en la M-50 y ampliar
los créditos y plazos más largos para las cuentas de compensación. El
coste político también debería pagarse; la economía está un poco más
deteriorada por la ligereza de quien aprobó proyectos mal calculados y
peor ejecutados.
El País 26/06/2012
El País 26/06/2012
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