El sistema económico en el que estamos sumergidos se
basa en crear ficticias “necesidades” para poder explotar al ciudadano y sacar
rentabilidad, dejando que los precios se inflen por sí solos por la misma ley
de la oferta y la demanda y luego, cuando surge otro campo, se deja caer dicha
necesidad, permitiendo endeudamientos que sirven para mantener a raya a la
parte de la población que huirá hacia la siguiente necesidad. Vale, vale, es
una interpretación muy somera de lo que pasó con la burbuja del mercado de las
puntocom en la década de los 90 y de la burbuja crediticia en la primera década
de los 2000 o de la burbuja inmobiliara, pero ¿a qué no voy muy desencaminado?
La burbuja de las autopistas de peaje se creó como un
apéndice de la burbuja inmobiliaria. El gobierno de Jose María Aznar fomentó la
necesidad, con la liberalización del suelo, que todos deberíamos tener una gran
casa con jardín, garaje y hasta piscina, y ¡Claro! ¿Dónde se encontraba el suelo disponible? Pues a las afueras de las
grandes ciudades ¿Y cómo convencer a la población para que comprara dichas
casas a las afueras? Pues creando vías rápidas de comunicación, y de paso,
llenar el bolsillo de algunos (ejem, a esto iremos más tarde). A partir de esa idea nacieron las autopistas Radiales, por ejemplo.
Y es que como he comentado, y creo que ya me repito
bastante, las autopistas de peaje se crearon pensando que la burbuja
inmobiliaria no iba a explotar nunca (o eso hicieron pensar a todos) y que iban
a solucionar el problema de tráfico para entrar y salir de una ciudad como
Madrid. Hemos visto con el tiempo que las previsiones erraron: la caída del
tráfico roza ya el 30% (inferior a las previsiones menos optimistas para las
que fueron construidas), las deudas por las expropiaciones que pagaron campos
de trigo a precios de metro cuadrado de Barrio de Salamanca han crecido exponencialmente
y que con la actual situación de subidas de carburantes y caída libre de
salarios y demanda laboral, es muy poco halagüeño el pronóstico para los próximos
años, o si me aventuro, próximas décadas.
Pero ¿qué pasó? La burbuja se pinchó antes de lo que
se pensaba (o quizás no) y los inversores y los mercados corrieron y corren hoy
en día hacia otras “necesidades”. Hoy en día, podemos decir que debido a las
políticas liberalizadoras como las que está imponiendo el Gobierno del Partido
Popular estatal y el regional de Ignacio Gonzalez (y por supuesto, su
antecesora, Esperanza Aguirre), en España se está creando la burbuja de la
Sanidad. Porque, si nos ponemos a comparar ¿qué diferencias hay entre un
mercado y otro? Ambas cubren unas necesidades comunes a todos: moverse / estar
sanos, y, por tanto, que siempre deberemos cubrir. Ambos mercados se han ido
abriendo poco a poco, por la presión de grupos de inversión y de riesgo al mercado. Y ambos
sectores, el de la construcción (el que llevó a cabo la tarea de llenarse los
bolsillos con la burbuja inmobiliaria) y el de la sanidad, se han llenado de
políticos rebotados de altos cargos de la administración pública (tenemos casos
muy claros tanto en uno como en otro).
Por tanto, siendo tan claras las similitudes ¿es tan
descabellado pensar que ambas burbujas tengan el mismo final? Pienso que no.
Tan pronto el sistema público de la sanidad quede desarticulado, y los inversores
hayan aprovechado la subida de precios que provocará que la Sanidad Pública
sea privada y que ya no haya casi competencia para esos grandes grupos de la
sanidad empresarial, se irán y nos dejarán, como han dejado a las autopistas de
peaje, en quiebra y pendientes de un rescate con dinero público.
Y, por tanto ¿A quién le tocará pagar de nuevo?
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